Siempre creí que no me influiría
hasta que me ví
ahí,
justo ahí,
con todas vuestras opiniones de mierda hasta el cuello.
Lo reconozco, vuestras opiniones al final calaron mi chubasquero de ‘me resbala lo que me digáis’. Sí, ese que me regaló mi madre al nacer. El mismo. Al final se cumplió lo de la gota que cae en la roca hasta romperla y he vivido bastante tiempo pensando en qué dirán, qué pensarán, qué, qué, qué, qué, QUÉ. Tanto que no he hecho, no he dicho, no he ido por si acaso.
No es que me haya comprado un chubasquero nuevo, es que ya no lo necesito. Y podéis ahorraros la saliva con comentarios del tipo ‘ya no eres como antes’ o el famoso ‘no me esperaba esto de ti’. Algunos vais por ahí repartiendo vuestra opinión a diestro y siniestro como si fuerais guardianes de no-sé-qué.
¿No tenéis una vida? Pues vividla. Aplicaos el Hakuna Matata, vive y deja vivir,
el no juzguéis y no seréis juzgados,
el amar al prójimo como uno mismo
o lo que os de la gana.
Que esta que está aquí se va con la música a otra parte, a deshacerme de los miedos y complejos, las cadenas y ataduras y la mierda que habéis dejado por aquí. Vamos, que me voy a ser feliz.
Y no, no soy yo,
sois vosotros que a gilipollas no os gana nadie.
Besis de fresi.